Mi mami


La historia de una gran mujer…

Por: Luisana Colomine Rincones (Este post no fue hecho con IA)

Hace pocos días, motivada por una amiga, decidí meterme en un grupo de meditación, vía whatsapp, aunque no sabía muy bien de qué se trataba.

Resultó ser un taller llamado «21 días creando abundancia» con Deepak Chopra, en una versión castellana del periodista Ismael Cala. Chopra, un «gurú» indio que promueve la medicina alternativa y que ha sido cuestionado por sus posiciones pseudocientíficas de parte de la ciencia, digamos, académica, acaparó la atención con este taller, que data de 2003 con Oprah, pero tuvo su gran apogeo durante la primera parte de la pandemia en 2020. La gente necesitaba algo qué hacer y a lo cual aferrarse en medio de aquel ostracismo y qué mejor que oír a Deepak en tu whatsapp?. Son 21 meditaciones y tareas, un curso que cuesta casi $50 en Amazon y que gracias a algún amigo te salía gratis de esta manera. Pero no es de Deepak que he venido a hablar sino de mi mamá. Una de las «tareas» de este taller era precisamente sobre tu mamá. Para quienes aún la disfrutan (no es mi caso pues murió hace más de 20 años) el encargo era preguntarle a ella cuál había sido su mayor dolor o decepción y también su mayor sueño. Además debías describirla y contar si alguna vez te veías repitiendo sus costumbres o rasgos de su personalidad.

Y esta tarea me hizo reencontrarme con mi mamá. Con Ana María Rincones Sosa. Y aunque todos los días de mi vida pienso en ella y la extraño y repito sus refranes y pongo en práctica todas sus enseñanzas, pues nunca había escrito sobre ella. Acabo de rescatar un poema que mi hermano Gregori (también fallecido) le dedicó a ella un día de la madre en el lejano año de 1975 y que pronto lo subiré a este blog porque quiero resguardarlo del paso del tiempo que, implacable, a veces borra los recuerdos más hermosos. No es fácil para mí escribir estas notas, el nudo en la garganta ya se desató y unas lágrimas se escapan, pero no importa, se lo debo a Ana María, mi valiente madre, la que me enseñó fortaleza ante todo…

Ana María Rincones Sosa, mami

Ana María

Ana María nació un 22 de agosto de 1920, en San Juan de Payara, un pueblito del estado Apure, perdido por allá por donde Rómulo Gallegos escribió Doña Bárbara y conoció a Marisela y al bachiller Mujiquita.

El llano inmenso y algunas veces olvidado vio crecer a esta niña en medio de una pobreza que arropó a toda su familia. Ella era parte de ocho hermanos más (nueve en total), y también de todos los carajitos que, por diversas razones, crió doña Josefa Sosa, mi abuela, casada con Gregorio Rincones, mi abuelo. Ese llano inmenso, mágico y misterioso, lleno de una historia apasionante, está en nuestras vidas, en nuestra mente y en lo que después fuimos como personas.

Hace unos años volví a San Juan de Payara. Visité la casa de los Rincones, aún en pié, hecha de bahareque y techo de palma, el piso de tierra y un solo ambiente, no había cuartos ni nada. Al fondo se veía el fogón. Caminé por aquellas callecitas, algunas sin pavimentar. Llegué hasta lo que era el río Cotayo (URL de este blog), donde se conserva un puentecito y un cartel que dice «balneario». En ese río se bañaban mi madre y mis tíos, de las pocas diversiones gratis que disfrutaban. Una vida sana y sin opulencias, humilde pero feliz, llena de amor por parte de mis abuelos acompañó a ese familión. Yo conocí a todos mis tíos y tías, los amé profundamente de la mano de Ana María cuya primera enseñanza fue precisamente querer y respetar a la familia.

Casi ninguno de mis tíos pudo estudiar por la extrema pobreza. Los varones especialmente aprendieron a trabajar en diversos oficios desde chicos y las muchachas, como mi madre y mi tía Fagni empezaron a leer temprano animadas por mi abuelo, que era autodidacta. Mi madre se hizo maestra y mi tía Fagni hacía alpargatas para ayudar al clan y entre turno y turno con sus hermanas las obligaba a leer los libros de la época. Entonces María, Clotilde y Ana María, guiadas por Fagni, le cogieron amor a los libros.

La joven e inteligente Ana María se graduó de maestra normalista, como se llamaba la carrera magisterial. Tiempo después conoció a mi papá, Feijoo Colomine Solarte, maestro también. Unieron sus vidas el 13 de noviembre de 1944, en Guarenas, y de allí nacimos Feijoo, Gregori y yo. Hubo dos embarazos fallidos.

Feijoo y Ana María, insignes maestros, se dedicaron a formar muchas generaciones. Mi madre acompañó a mi padre en todos sus proyectos educativos. Estuvieron en Barquisimeto, donde mi papá fue director de la escuela Poliartesanal, también en la Vela de Coro, en la escuela José Ladislao Andara. En 1947, ya habían nacido mis dos hermanos mayores, Ana María siguió a Feijoo hasta la isla de Tacarigua, para trabajar con él en el Instituto de Readaptación del Consejo Venezolano del Niño. Ese instituto lo cerraron para convertirlo en una cárcel y fue usada por el gobierno «democrático» de Rómulo Betancourt contra los comunistas de la época.

En 1950 a mi papá lo designaron director del Instituto de Preorientación de Los Teques (1950) y la familia se mudó para allá. Después, en 1953 fundaron en esta ciudad el Instituto Guaicaipuro que se mantuvo hasta el derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958.

Mis hermanos estudiaron en el Instituto Guaicaipuro y Feijoo tuvo el privilegio de ser alumno de Ana María, su flamante madre, en tercer grado. 😊

Familia Colomine Rincones, en Los Teques, quinta Queniquea.

Mi mamá y la política

Mi mamá se tuvo que encargar de la casa y los muchachos, mientras mi papá continuó creciendo profesionalmente y obtuvo su título de abogado en 1965 en la UCV.

Pero, además, también sufrió la persecución política que papá vivió primero con Pérez Jiménez y después con los adecos. Era el precio por ser comunista.

Entonces mientras mi papá huía o andaba escondido, ella cuidaba la casa y estaba atenta a los movimientos policiales. Se tragaba su miedo y seguía adelante.

Cuando tuvimos que mudarnos de Los Teques a Caracas, ya en los años 60, entonces le tocó enfrentar las andanzas de mis hermanos en la juventud comunista.

Ana María defendía como una leona a sus hijos frente a Teodoro Petkoff, quien enviaba a los jóvenes a la guerrilla.

Un día, Feijoo, mi hermano mayor, influenciado por Petkoff, tomó la decisión de irse a la montaña. Yo recuerdo que mis padres lo llevaron hasta El Bachiller, montaña ubicada en el estado Miranda, bastión guerrillero de entonces. En el viejo Pontiac gris y blanco íbamos los cuatro. Mi hermano con sus macundales. Cuando llegamos al punto acordado, Feijoo bajó del carro pero no más empezó a subir la montaña mi mamá se le pegó atrás.

Mi papá le gritaba «pero mija ¿pa’ dónde vas tú?»…Mi madre le respondió decidida: «Yo me voy con mi muchacho»…

Yo estaba aterrada en el carro, sentada en el asiento de atrás. Por un momento los perdí de vista a los tres. Nunca olvidaré esa sensación de soledad y desamparo. No hice ni dije nada, adiestrada en guardar silencio esperé. Cuando aparecieron los tres me puse a llorar. Se montaron de nuevo en el carro. Nadie habló hasta que llegamos a casa. Mi hermano no se pudo ir a la guerrilla, de donde no se regresaba vivo. Mi mamá lo impidió…

Pero luego siguieron los allanamientos en mi casa. Siempre estábamos solas ella, mi tía Cloto y yo…Los esbirros de Carlos Andrés Pérez ya nos conocían y nunca encontraban nada en la casa. Mi mamá, siempre digna, esperaba sentada en la sala a que terminaran de registrarlo todo… Así fue nuestra vida siempre hasta que Rafael Caldera ganó las elecciones en 1968 y nos dejaron en paz…

Siempre hubo persecución porque siempre estuvimos del lado izquierdo de la historia…

Epílogo

Ella no pudo seguir estudiando, pero siempre ayudó a educar a sus hijos y luego a sus amados nietos…

Mi madre cantaba bellísimo y bailaba muy bien, le gustaba la música, también tocaba cuatro. Una mujer alegre, bondadosa y espléndida, le encantaba cocinar. Doña Ana era insuperable en la cocina. Siempre quiso ser la mejor en todo y entonces llevaba la casa como nadie…Papá y mamá fueron un apoyo vital para toda la familia, dos pilares.

De ella aprendí,como dije antes, la fortaleza, eso que llaman «presencia de ánimo». A respetar la condición humana.

También me enseñó a manejar. Cada sábado nos íbamos las dos solas a Maracay, y al llegar a la ARC (porque ella prefería ir por la Panamericana) me daba el carro. Luego antes de entrar al peaje de Maracay cambiábamos porque yo aún no tenía licencia…🤭

Ana María es ejemplo de lo que muchas mujeres no lograron por quedarse en casa criando los hijos, en algo tan descalificador que llaman «labores del hogar». A ella le molestaba tener que escribir eso en los formularios. Yo le decía que dijera «maestra jubilada», porque realmente ella lo era. Jubilada por el Ministerio de Educación.

Eso lo lamentó toda su vida y por tal razón siempre me empujó para que terminara mis estudios, a superar obstáculos y a lograr una profesión por encima de las pretensiones egoístas de un marido celoso e inseguro.

Sé, con mucha tristeza, que ese fue uno de sus mayores dolores y la marcó para siempre…

Hoy la honro y le agradezco todos sus desvelos, enseñanzas, orientaciones y hasta sus regaños porque todo eso contribuyó para que yo sea la mujer que soy hoy…

Gracias mami…

Ella y yo…

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